Imagen: Internet

La clásica pregunta que se responde inmediatamente con el cliché “una buena cámara no hace al fotógrafo”. Aquella aseveración da en el clavo pero no logra meterlo hasta el fondo, para ponerme del lado de los que ansían por fin hacerse de alguna maravilla Full Frame o de los que aún no dan el salto Reflex, como me pasaba a mí hace un tiempo.

Por ese entonces, en la antesala de un concierto,  conversaba con el fotógrafo César Pincheira, director de Huella Digital, y le comentaba de mis ganas de llegar al evento con una cámara mejor que la compacta pequeña que tenía.

Mi compadre me lanzó una frase certera pero insuficiente: “Pelé jugaba bien hasta a pies pelados”.  Por ello inmediatamente le contesté: “si, pero seguramente sólo en la playa o en el pasto, en la nieve le sería imposible”. Además mi amigo cometía trampa porque me lanzaba esa frase con una enorme Canon descansando en su hombro y un lente como para fotografiar leopardos en el Africa.

Es cierto que una buena cámara no hace al fotógrafo, pero incluso uno bueno no puede trabajar en cualquier momento con cualquier cámara. Porque hasta una máquina de más de tres millones de pesos chilenos y tan espectacular como la Nikon D3 tiene sus limitaciones, ya que si requiero hacer una campaña publicitaria en gigantografías lo más seguro es que me decante por una Hasselbad o una Mamiya de medio formato; sin embargo para el fotoperiodismo callejero o el deportivo  es imposible moverse con un equipo así, se requiere algo más pequeño y veloz.

Las históricas imágenes callejeras de Cartier Bresson o Sergio Larrain no necesitaban más que un luminoso 50 o 35 mm, descontando la marca, en este caso Leica, sabido es que es una óptica accesible para prácticamente todos los bolsillos fotográficos. Sin embargo, para algunas imágenes de vida salvaje a lo National Geographic o para una final mundial de fútbol aquello hubiera sido impensado.

La discusión va más o menos de esta forma: Cierto es que Cartier Bresson montó una monumental obra provisto sólo de un 50 mm, si claro, pero era una leica, un monstruo de la luz y el enfoque, si claro, pero el sentido de la composición venía con el fotógrafo dijo el otro, y así hasta un buen rato más.

Lo bueno para nosotros en este diálogo de sordos es que todos tienen la razón. Una cámara no hace al buen fotógrafo pero sí lo determina y al mismo tiempo lo limita; por el contrario, un buen fotógrafo sabe perfectamente cómo sacarle el mejor provecho a prácticamente cualquier equipo, basta sólo recordar el experimento, aunque publicitario, de Robert Clark cuando recorrió EE.UU. fotografiándolo con la cámara de un teléfono celular. Los resultados no fueron para nada malos, pero, pero, ahora del otro lado, los 1.3 megapixeles del sensor presentaban los evidentes problemas de ruido y nitidez apenas ampliadas un poco las imágenes, además del escasa variabilidad de la profundidad de campo.

Hay que conocer un par de axiomas básicos en fotografía: es imprescindible conocer las limitaciones de tu equipo, sólo así exprimirás sus potencialidades. Otro, no existe la máquina perfecta, ya que incluso una todoterreno como la recién aparecida Nikon D800, adecuada para prácticamente todas las situaciones (incluso las gigantografías), resulta un poco tosca y vistosa para la fotografía callejera. De hecho me aventuro a afirmar que no sería jamás la cámara que utilizaría por estos días el maestro Cartier Bresson.

La receta sigue siendo la misma de siempre: no queda más que saber exactamente que se tiene entre manos, probarlo en todas las situaciones, exponerlo a luminosidades límites, medir el ruido, la velocidad del enfoque y la obturación, el rendimiento del diafragma y el zoom si lo tuviera. La cosa es como en casi todo en la vida: experimentar y experimentar y aprender.

Para mi todo aquello fue lo que me animaba a seguir tomando imágenes por los años de la compacta, la modesta pero eficiente Casio QV-R51 con la que aprendía. Aquel equipo me sirvió un montón para lo que me podía servir: básicamente ensayar la composición, el encuadre y los colores, (a pesar de sus limitados Bit) algunos paisajes y uno que otro retrato y concierto.

Hay varias de las imágenes que más rescato de lo poco que hasta ahora he podido hacer y que fueron tomadas con esa y otras compactas incluso en situaciones complicadas como un recital de Weichafe en un subterráneo prácticamente sin luz, o su presentación nocturna en el Rockódromo 2008, sin embargo aquellas maquinitas también me privaron de momentos y fotografías donde sencillamente el lente o el sensor no daban el ancho.

Una de las cuestiones elementales para comenzar a moverse con más soltura y creatividad ante las distintas situaciones a fotografiar es sin duda poder contar con controles manuales en la cámara. Por ello actualmente la mayoría de los modelos Reflex y Compactas Bridge brindan muy buenos resultados en condiciones lumínicas normales. De hecho algunas como la Canon G12, la Nikon P7000, o cualquiera de las Evil Micro Cuatro Tercios aparecidas hace algún tiempo tienen sus momentos bastante profesionales.

Mi gran amigo Hernán Castro realiza espléndidas imágenes de sus viajes con su compacta Canon PowerShot SX110 IS y parece no necesitar más. En el caso de él está determinado por el tipo de fotografía que realiza y sobre todo por una personal y desarrollada estética que le recuerdo incluso desde los tiempos de Universidad. Si le hubieran pasado el mismo celular que a Robert Clark estoy seguro que lo hubiera devuelto también con preciosas imágenes.

Pero aquello resulta para un tipo especial de fotografía. La cosa cambia, repito, cuando el sensor, la óptica o la ráfaga no están para ese baterista escondido al fondo entre la banda, ese águila acercándose al nido en lo alto de la montaña o el campeón de la fórmula 1 llegando a la meta.

La cámara o el fotógrafo? Por supuesto que las dos cosas; pero antes que todo eso unas ganas sin freno para encuadrar y disparar.
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